Así empieza la violencia de género: un aprendizaje de ensayo y error

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Esta vez os traigo una entrevista sobre uno de los principales factores de riesgo para la violencia de género.
La dra. Carmen Viejo, psicopedagoga e investigadora, y compañera del Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia, nos detalla cómo aprendemos, por ensayo y error, a querer, ¡y qué podemos hacer para aprender a hacerlo mejor!
Pregunta (P): Las relaciones románticas entre adolescentes y jóvenes es argumento de muchas series de televisión. Sin embargo, suelen abordarse menos que otros asuntos en los medios de información. ¿Cómo podríamos definir las relaciones románticas entre adolescentes?
Respuesta (R): La pregunta es compleja porque deberíamos considerar muchos elementos para llegar a una buena definición. Haciendo una simplificación, podríamos decir que en nuestra cultura occidental y en este momento histórico, las relaciones románticas podrían definirse como relaciones diádicas más o menos estables, marcadas por intereses erótico-sentimentales hacia la otra persona, y que cubren necesidades individuales de afecto, intimidad, reciprocidad, apoyo, etc.
La particularidad de estas relaciones cuando ocurren en la adolescencia es que debemos valorarlas desde la perspectiva de sus protagonistas, es decir, teniendo en cuenta las necesidades particulares de esta etapa y los cambios que están experimentando los chicos y chicas adolescentes a nivel físico, cognitivo, emocional o social.
Esto, en muchos casos, les lleva a priorizar unas necesidades sobre otras y a modificar progresivamente su concepto de pareja o de relación sentimental, a valorar de forma muy intensa algunas situaciones (positivas o negativas) que ocurren en este contexto de relación, o a tener mayor dificultad -o menor habilidad/competencia- para abordar estas relaciones de una forma eficaz.
P: ¿A qué necesidades y cambio en el orden de prioridades nos estaríamos refiriendo?
R: Nos estaríamos refiriendo a las necesidades que cubren estas parejas en distintos momentos evolutivos de los y las adolescentes (un chico/a de 13 años probablemente no busque lo mismo en una pareja, que un chico/a de 18), lo que hace que se entienda de forma diferente qué es una pareja a distintas edades. Al inicio de la adolescencia, por ejemplo, podemos sentir que alguien por quien sentimos algo especial o con quien tengo una mayor conexión, es mi pareja; y hacia final de la adolescencia quizás esto no sea suficiente, y busque además que tengamos cierta intimidad, que haya un componente erótico-sentimental, etc.
Pero este cambio no solo depende de la edad de los chicos y chicas, también depende de la propia relación (no esperamos lo mismo de una relación de pocas semanas, que de una relación de varios meses o de varios años). Es decir, las necesidades cambian y eso motiva que la propia relación también cambie y evolucione. No quiere decir que se convierta en algo mejor o peor, simplemente que se convierte en algo diferente.
Por ejemplo, a lo largo de los años adolescentes y de la construcción de estas relaciones, chicos y chicas van ganando en confianza con la pareja, en capacidad para descubrirse más a sí mismos ante la otra persona, en mostrarse como son con sus virtudes y defectos… y esto hace que la relación gane en intimidad y esto, probablemente, les lleve a adquirir un mayor compromiso. Es todo un proceso de construcción y de cambio que los y las adolescentes deben aprender, en la mayoría de los casos, por ensayo-error, lo que en ciertas ocasiones les puede llevar a no gestionarlo de la mejor manera posible y asumir ciertos riesgos, o incorporar determinados comportamientos que no son adecuados en este contexto de relación.
P: ¿Qué riesgos y comportamientos inadecuados pueden darse en el contexto de la pareja?
R: Aprendemos probando. Los y las adolescentes se inician en este proceso siendo inexpertos y eso los lleva a usar comportamientos para acercarse a la otra persona que no siempre son los más adecuados o los más eficaces. O dicho de otra forma, usan el repertorio de habilidades que tienen y, en el mejor de los casos, tienen éxito, pero también puede ocurrir que no lo tengan.
Por ejemplo, pueden iniciar este proceso de cortejo, que llamamos, con comportamientos que implican un empujoncito, una cachetada, un insulto en forma de «meterse» con la otra persona… Todo ello en un formato de juego que no tiene intención de hacer daño a la otra persona pero que, indiscutiblemente, hace uso de forma agresivas o violentas de baja intensidad -es a lo que llamamos dirty dating, o cortejo rudo-. En este juego es importante la interpretación que la otra persona haga del comportamiento: probablemente, si el interés sentimental es recíproco, el empujoncito se interprete de una forma y, por tanto, tenga una respuesta, muy diferente a si este interés no es recíproco. Es en esta interpretación donde va a estar la clave del éxito, o no, que haya tenido ese acercamiento, pero también es ahí donde se sitúa el riesgo.
P: ¿Entraría aquí el concepto «dating violence»?
R: Hasta aquí, pese a ser mejorable en cuanto a la calidad del comportamiento utilizado, el juego de acercamiento podría considerarse inofensivo; pero puede pasar que estos comportamientos agresivos pasen de un formato de juego a un formato más estable dentro de la relación. Puede pasar que los chicos y chicas no sepan reconducir esta forma de relacionarse al inicio y la integren como parte de su dinámica de relación, haciendo estos comportamientos violentos estables, incorporándolos y normalizándolos dentro del contexto de su relación de pareja. Es aquí donde aparece el riesgo de dating violence, o lo que es lo mismo, el riesgo de violencia en el interior de las relaciones sentimentales adolescentes.
Este concepto hace referencia a la violencia que puede aparecer en estas primeras parejas, independientemente de que sean relaciones más o menos estables o duraderas, y que generalmente incorporan comportamientos violentos de carácter relacional, físico e incluso sexual en una dinámica bidireccional, es decir, que ambos miembros de la pareja intercambian de forma recíproca: un miembro de la pareja insulta al otro, y este responde amenazando, el primero grita un insulto aun mayor, y el segundo agarra a esta persona por la muñeca, que responde empujando al primero…y asi sucesivamente, intercambiando formas de agresión y victimización y, generalmente, escalando la gravedad de la violencia.
Este problema de violencia, además de ser importante en sí mismo por las tasas tan elevadas de implicación que se encuentran a nivel nacional e internacional, y que afectan a chicos y chicas -ambos implicados en agresión y victimización- , es importante porque se ha identificado como uno de los principales factores de riesgo de problemas sociales como la propia violencia de género.
(P): Aquí va la cuarta pregunta: Uno de los riesgos, entonces, es la normalización de determinados comportamientos violentos dentro de la relación, comportamientos que al inicio de la misma pueden ser inofensivos. ¿Cómo podría un/a adolescente darse cuenta de que se encuentra en riesgo de estar involucrado/a en el dating violence?
Respuesta (R): Bueno, darse cuenta de cuándo se está en riesgo de estar implicado en un comportamiento de violencia dentro de una relación sentimental no es sencillo para nadie, pero para los y las adolescentes es particularmente difícil por esas características de inexperiencia que hemos dicho anteriormente. Por eso, para avanzar en esta tarea, son importantes varias cosas:
1) Primero, es importante que los chicos y chicas conozcan que este tipo de comportamientos existe y se da de forma más frecuente de lo que podemos pensar. Conocer un fenómeno cualquiera e identificar bien sus características nos ayuda a ser más hábiles a la hora de identificarlo; son las «gafas» que nos ayudarán a poder verlo, de otra forma, podría incluso pasarnos desapercibido.
2) El segundo elemento importante es conocer muy bien cuáles son los factores de riesgo, o las señales de alarma, a las que tendríamos que atender porque aumentan el riesgo de que este tipo de comportamientos violentos se produzcan o se estabilicen. Por ejemplo, si sabemos que el hecho de que nuestra pareja trate de controlar lo que hacemos, con quien estamos, cuando vamos y venimos, etc. es un factor de riesgo, tendremos más posibilidades de identificar estas situaciones cuando ocurran. No se trata solo de conocer que el control es un factor de riesgo, sino de saber cuáles son los posibles comportamientos o situaciones que pueden ser muestra de ese control, porque eso será lo que tengamos que identificar.
3) Y por último, otro aspecto importante es ser capaz de prevenir estas situaciones; en este sentido, pensamos que es necesario que estos chicos y chicas adolescentes tengan una serie de habilidades que componen lo que llamamos la competencia sentimental, es decir, el conjunto de habilidades necesarias para poder afrontar estas situaciones de cortejo y primeras relaciones de una forma más eficaz y con menor riesgo de comportamientos violentos – y claro, en esto la tarea de acompañarles y enseñarles estas habilidades como forma de prevención resulta crucial-.
P: Si hablamos de prevención, hablamos de pedagogía y de educación. ¿Son educables esas habilidades sentimentales?
R: Sí, claro. Estas habilidades que componen la competencia sentimental son educables, pero no solo eso; sino que podemos ayudar a los y las adolescentes a aprender mejor a abordar la tarea de construir sus relaciones sentimentales si abordamos una doble vía: prevención de la violencia (a través del trabajo con los factores de riesgo), y construcción en positivo de esa competencia sentimental.
Si tratamos de abordar lo primero, el trabajo con los factores de riesgo, lo primero que nos encontramos es que, como estamos viendo, hablar de la violencia en estas primeras relaciones resulta un fenómeno complejo. No podemos decir que esta violencia sea provocada en exclusiva por tal o cual circunstancia. Al contrario, hay muchos factores o variables que intervienen en la probabilidad de que esta violencia se desarrolle, por lo que hablamos de un fenómeno multiprobabilístico.
P: ¿Cuáles serían esos factores de riesgo o señales de alarma respecto a la violencia en las relaciones románticas adolescentes?
R: Tratar de listar los factores de riesgo de la violencia no es tarea sencilla. No obstante, algunos autores han establecido modelos teóricos que nos ayudan a avanzar en el abordaje y prevención de este problema a través de la agrupación de estos factores. Aunque existen muchos modelos diferentes, en nuestra investigación generalmente usamos el modelo de Capaldi (2000), una autora inglesa que desarrolla actualmente sus estudios en EEUU, y que habla de tres grandes bloques de variables a tener en cuenta:
1) las características propias de cada uno de los miembros de la pareja (por ejemplo, variables como el ideal romántico, la autoestima, las actitudes sexistas, la regulación de emociones como la rabia o la ira…);
2) las características de los contextos cercanos en los que los adolescentes se desenvuelven, fundamentalmente el grupo de iguales y el contexto familiar (considerando variables como la normalización de violencia en estos contextos, la presión social, los modelos aprendidos, etc.); y,
3) las características propias del contexto de la pareja y la dinámica de esta relación (por ejemplo, las variables ligadas al conflicto y su resolución, a los estilos comunicativos, experiencias previas de comportamientos violentos, etc.). Todas estas variables -o una selección de ellas- podrían ser trabajadas desde cualquier programa de intervención en dating violence que se desarrolle.
P: Qué interesante. ¿Y de qué manera se puede, desde la pedagogía, promover relaciones sentimentales sanas y equilibradas en la adolescencia y adultez?
R: Si abordamos la perspectiva más positiva de construcción en positivo de las relaciones sentimentales a través del desarrollo de la competencia sentimental, entonces estamos hablando de trabajar sobre una serie de habilidades que permitan a los chicos y chicas afrontar mejor el reto de relacionarse con los otros dentro de un contexto erótico-sentimental. En este sentido, es Dávila, otra autora estadounidense, quien sienta las bases de las tres líneas de trabajo que deberían abordarse:
1) la toma de conciencia, o la habilidad para reflexionar sobre uno mismo y sobre la otra persona para comprender las razones que guían una toma decisiones concreta dentro de la pareja;
2) la mutualidad, entendida como la competencia para entender la relación interpersonal erótico-sentimental desde el punto de vista de la reciprocidad; y
3) la regulación emocional, es decir, la habilidad para regular las emociones en respuesta a las experiencias sentimentales que son propias de la relación amorosa.
Estas tres habilidades, en realidad, lo que nos exigen es ser capaz de desarrollar nuestras competencias para comprender, comunicar y regular, respectivamente.
El trabajo conjunto de ambas vías, la prevención de la violencia a través del trabajo sobre los factores de riesgo, y el desarrollo de la competencia sentimental necesaria para abordar con mejores condiciones estas relaciones, resultan clave para los adolescentes para afrontar con éxito estas relaciones; pero para los adultos también. Y los adultos que nos relacionamos y trabajamos con ellos, resultan además un reto psicoeducativo que no debemos pasar por alto.
Gracias por compartir conmigo y mis seguidoras tu tiempo, querida Carmen.
Y a ti, querida lectora, gracias por estar aquí. ¿Qué te ha parecido esta entrevista?
Te leeré encantada en los comentarios.
Un saludo, gracias por todo, y nos seguimos acompañando.
Entrevista muy interesante
Gracias, Vicente. Me hace feliz que te haya resultado interesante. 🙂
Me ha encantado. Muy interesante, María, y un tema realmente preocupante.
Me alegra que te haya resultado interesante, Lola. Coincido en que es un tema preocupante, que requiere visibilización y mucha pedagogía.
Eres muy grande!!!!!!!!!!
¡Gracias, Paco!