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7 claves para superar las experiencias traumáticas del pasado

Photo by Andrew Neel on Unsplash

Pocas personas pueden pasar por la vida sin vivir experiencias adversas o susceptibles de ser traumáticas. Sin embargo, hay quien desarrolla comportamientos, pensamientos y sentimientos postraumáticos que marcan la trayectoria de su vida y sus relaciones. Patrones, reacciones y tendencias que nos hacen vivir de forma intranquila, alerta y sin conexión profunda con otras personas. ¿Por qué sucede esto?

Para responder a esta pregunta primero hemos de definir qué es el trauma. El trauma es la respuesta humana ante una experiencia adversa que cumple dos requisitos: socava nuestra sensación de apoyo y seguridad y nos da la sensación de que algo catastrófico puede suceder en cualquier momento. Esa adaptación al entorno para sobrevivir es lo que conocemos como estrés postraumático.

Ahora bien, esa adaptación no se produce igual en situaciones traumáticas complejas o crónicas que ante eventos traumáticos concretos y puntuales. A grandes rasgos podríamos decir que hay cinco tipos de trauma emocional: el trauma agudo, el trauma crónico, el trauma complejo, el trauma secundario y las experiencias adversas de la infancia. Estas son las características de cada uno:

1) El trauma agudo

El trauma agudo es la respuesta emocional de angustia que se presenta tras un evento traumático único y puntual. Aparece inmediatamente después de dicha experiencia, la cual puede ser: un accidente automovilístico, agresión física o sexual, la muerte repentina de un ser querido.  Es algo puntual y, en general, la reacción emocional dura poco tiempo y la persona puede, normalmente, adaptarse de nuevo a la vida funcional.

2) Trauma crónico

El trauma crónico puede surgir de eventos dañinos que se repiten o prolongan en el tiempo. Nos referimos a experiencias como el acoso escolar o laboral persistente, la negligencia materna o paterna, el abuso emocional, físico o sexual y otras formas de violencia prolongada. La persona debe adaptarse a un entorno hostil del que no puede escapar: un trabajo que necesita, su casa siendo menor de edad, o un centro educativo donde ha de acudir obligatoriamente.

La adaptación puede llevar a un estado permanente de hiperalerta para prevenir o anticipar el peligro. Una ansiedad que durante todo ese tiempo es funcional y nuestro apoyo para la supervivencia. También podemos adaptarnos «apagando» nuestras emociones y conductas, pasando desapercibidos y ahogando nuestras motivaciones. Una depresión que solo pretende ahorrarnos energía en un entorno incontrolable.

3) Trauma complejo

Este tipo de trauma está muy relacionado con el anterior. Es común que el trauma crónico sea complejo y viceversa. El trauma complejo tiene que ver con experiencia de desamparo y peligro en nuestras relaciones con otras personas, especialmente en la infancia y adolescencia. Peligro y desamparo respecto a nuestra madre, padre, amigos/as, profesorado… Puede ocurrir en distintos contextos, de forma repetida o prolongada en el tiempo.

Además de esa sensación de desamparo y peligro, se añade la de no tener escapatoria. Nuestra adaptación a ello, dado que no podemos atacar ni huir, a menudo es someterse al entorno, complacer, intentar no llamar la atención, disociar o permanecer en un estado de hipervigilancia. Afecta a nuestra percepción del mundo y nos acostumbramos a realizar un monitoreo constante (¡y agotador!) del entorno y de nuestras relaciones por la posibilidad de una amenaza.

4) El trauma secundario o indirecto

Este tipo de trauma emocional surge de la exposición al sufrimiento de otras personas. Es habitual en profesiones que deben responder a lesiones y caos, en particular médicos, socorristas y fuerzas del orden. También puede ocurrirle a familiares de personas con enfermedades mentales o que tienen comportamientos tóxicos o abusivos. Con el tiempo, estas personas corren el riesgo de sufrir fatiga por compasión, por lo que evitan invertir emocionalmente en otras personas en un intento por protegerse de experimentar angustia.

5) Experiencias adversas de la infancia (ACE)

Finalmente, las experiencias adversas de la infancia (ACE) cubren una amplia gama de situaciones difíciles que los niños enfrentan o presencian directamente mientras crecen, antes de que hayan desarrollado habilidades de afrontamiento efectivas. Las ACE pueden interrumpir el curso normal del desarrollo y la lesión emocional puede durar mucho hasta la edad adulta.

La pérdida de un padre; negligencia; abuso emocional, físico o sexual; y el divorcio se encuentran entre los tipos más comunes de experiencias adversas en la niñez. Son experiencias difíciles en general, susceptibles de convertirse en experiencias traumáticas pero que no necesariamente se convierten en ellas.

Elementos protectores o favorecedores de la recuperación

Una de las características principales de las experiencias traumáticas es que requieren de elementos protectores para que no se prolonguen más allá de dicha experiencia. Y en el caso de experiencias traumáticas crónicas o complejas estos elementos son necesarios para el proceso de recuperación, adaptación y superación.

  • Fuiste víctima, eres superviviente

Un elemento importante para la resiliencia ante una experiencia traumática es aceptar no solo el evento traumático, sino también que hemos sobrevivido a él. Aceptar y abrazar que hemos seguido adelante, sobreviviendo y haciendo las cosas lo mejor que sabíamos con la experiencia de aprendizaje que teníamos hasta el momento.

  • Cultiva un vínculo de apego seguro

Todas las personas necesitamos contar con una persona estable y segura. Una persona que sabemos que está ahí y no se va a marchar, que nos aprecia tal y como somos, que es capaz de contener, calmar e incluso ayudarnos a regular nuestras tormentas emocionales. Alguien que nos acompaña en nuestra vida como elemento de apoyo y seguridad. En un entorno saludable, esta figura es ocupada por una madre o un padre en la infancia y en la edad adulta puede ampliarse a nuestra pareja. Cuando se ha crecido en modo supervivencia, nos desvinculamos de nosotros mismos y de los demás. Y es importante, por tanto, empezar a cambiar el patrón.

  • Identifica tu red de apoyo

Contar con una red de apoyo es importante para nuestro bienestar emocional. Una red de apoyo que nos sostenga en momentos de crisis, que nos amplíe en momentos de alegría. Una red de apoyo que nos ofrezca la seguridad de explorar el mundo sabiendo que no vamos a caernos porque no estamos solos.

  • Cuida tus hábitos

Los cambios en el estilo de vida son también una opción de tratamiento temprano a considerar. Comer sano, hacer ejercicio, evitar el alcohol y las drogas, dormir lo suficiente, ver a los seres queridos con regularidad y hacer hincapié en el cuidado personal pueden ayudar a aliviar los síntomas del trauma.

  • Pide ayuda, acude a terapia

La terapia psicoeducativa y la psicoterapia pueden ayudarnos a desarrollar la resiliencia, habilidades de afrontamiento y abordar los sentimientos no resueltos que nos mantienen estancados. La terapia de exposición, la terapia de reevaluación cognitiva y la terapia cognitivo conductual centrada en el trauma son dos de los tratamientos más confiables para el trauma y el trastorno de estrés postraumático. En estudios recientes, la activación conductual se presenta como una terapia muy efectiva en los casos en los que la apatía, la desgana y el displacer gobiernan los días de la persona.

  • Cuidado con los mitos

Hay dos mitos muy anclados en el ideario social y que perjudican el crecimiento postraumático. Es decir, su superación. El primero de esos mitos es asumir que todas las infancias son traumáticas y que nosotros somos débiles por haber quedado más afectados. Y otro mito es asumir que el trauma va a destruir nuestra vida para siempre, que no podemos sanar las heridas, recuperarnos y ser felices.

  • Recuerda que las heridas nos dicen de dónde venimos, no quiénes somos ni a dónde vamos

Haber sufrido victimización o experiencias traumáticas en el pasado no quiere decir que seamos víctimas en el presente. Podemos ser supervivientes con secuelas, con heridas que merecen cuidado y atención.  Tener presente este matiz en nuestro lenguaje, en nuestro pensamiento sobre nosotros mismos, es importante para no estancarnos o sabotear nuestro proceso de recuperación o superación.

No siempre podemos cambiar las circunstancias, pero sí tenemos margen de maniobra a través de nuestras decisiones conscientes, nuestras palabras, conductas y pensamientos. Cuidate y, si te cuesta en solitario, pide ayuda para conseguirlo.

Tú también eres importante.

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Soy María

Doctora en psicología y pedagoga terapeuta (col. nº1433 en COPYPCV) especializada en gestión emocional y procesos de superación personal. Compagino mi consulta online con la investigación científica en emociones, ansiedad, bullying y sus secuelas.

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