Orientatips

Cuida tus emociones, cuida de ti

5 señales de que lo estás superando

Una persona subiendo hasta la meta

Cada proceso de recuperación y superación es personal. Quien lo vive de manera más profunda, haciéndose consciente de creencias y patrones que tenía interiorizados por inercia y que, realmente, no le permitían tener una vida sana y feliz, puede notar tambalear su estabilidad. Es un momento que duele y genera frustración momentánea, que luego da lugar a la serenidad de saber que se está en el camino correcto: hacerse consciente para tomar decisiones conscientes.

Así, puede haber quien se da cuenta de que su madre o padre, que tanto le quiere y a quien tan apegado se encuentra, le ha maltratado física y emocionalmente. Algo que racionalmente ya sabía pero emocionalmente no había procesado. También hay quien se da cuenta de que sus relaciones se basan en dar y cuidar sin más, y no en un intercambio recíproco de intereses, compañía, apoyo y bienestar. Son solo dos ejemplos de los muchos que he acompañado en mi consulta online.

Personas que, tras seguir caminando en este proceso de superación personal, se dan cuenta de que se sienten más plenas y libres que nunca. Que viven sus emociones de un modo diferente y más honesto, que se atreven más a mostrarse tal cual son sin necesidad de complacer a otras personas.

He querido rescatar esta idea porque los procesos de recuperación o superación, a menudo, nos confrontan con pensamientos, patrones y relaciones que tenemos asumidas y normalizadas pero que nos hacen mucho daño. Cambiar algo que hemos aprendido y vivido toda la vida nos choca y nos hace sentir emociones intensas. Sin embargo, es parte del proceso y te aseguro de que todas esas emociones pasarán y darán lugar a algo mucho mejor.

A continuación comparto contigo 5 señales de que vas por buen camino:

1. Tomas consciencia de tus problemas desde la responsabilidad

Te das cuenta de tus problemas, de aquello que te frena, estanca o desestabiliza. A veces resulta desagradable, pero ya no obvias la realidad. Eres consciente de que esa relación, situación, trabajo, conducta o inercia tuya… no te hace bien. Lo notas en tus sensaciones físicas y emocionales, en esas señales de alarma que muestran que no te sientes bien ahí.

Además, lo haces desde la responsabilidad. No caes en reproches, exigencias o imposiciones para que otras personas o circunstancias se amolden a ti. Entiendes que cada persona es como es y que no puedes ni tienes interés en cambiar eso. Asumes que tu margen de maniobra está más bien en expresar tus necesidades y, según la respuesta, tomar tus propias decisiones de autocuidado, como poner distancia o cortar la relación si se han transgredido tus límites personales.

Entre otras cosas, porque sabes que no tienes que aprender a tolerar lo que te hace daño. Ni siquiera tienes por qué responder a ello. Entiendes que el problema no es ser sensible a lo que no te gusta, sino permanecer en ese lugar o caer en justificaciones. Asumes que tienes derecho a cambiar de opinión, a ejercer tu libertad para estar o no con alguien, para cambiar o no de trabajo y residencia.

Lo haces desde el autocuidado y la libertad, por lo que no hay reproches o quejas, sino respeto hacia ti y hacia las demás personas implicadas. Por ello, tampoco te culpas por tus decisiones, por sentirte como te sientes, ni te estancas en una suerte de autocastigo que no mereces. Sabes que tu paz depende en parte de ti y que siempre estás a tiempo de tomar decisiones sanas que te ayuden a cuidarla.

Sientes, en definitiva, que mereces y tienes derecho a ser tú y a tomar tus propias decisiones de autocuidado desde la serenidad interna y externa.

2. Te das cuenta de que ya no encajas con algunas personas

Sanar heridas del pasado conlleva subir los propios estándares. Aprendes que no es normal sentirte mal o insegura en tus relaciones. Que no estás obligada a permanecer en un lugar en el que no disfrutas estar. Te saltan las alarmas cuando alguien trasgrede tus límites personales o te agrede de algún otro modo, incluso con personas a las que te sientes vinculada desde hace tiempo.

Implica, también, liberarte de la culpa que te ata a esos lugares o relaciones. No hay nada de malo en poner límites, ejercer tu libertad o incluso cortar relaciones si estas dañan tu salud mental. La culpa no es buena consejera, especialmente cuando no estás atacando, agrediendo, dañando, mintiendo ni ningún otro tipo de conducta agresiva. Y más aún si quien está haciendo eso es la otra persona.

Las relaciones sanas son libres, respetuosas y recíprocas de forma bidireccional. Entiendes que mereces y tienes derecho a ello, por lo que eres capaz de tomar decisiones que te ayuden a rodearte de personas bonitas que saben quererte bien, como tú las quieres a ellas. No se trata de cambiar a otras personas, sino de tomar decisiones personales sanas.

Sigues siendo empática, entendiendo a veces por qué alguien podría hacer lo que hace. En cambio, ya no le justificas. Si cruza las líneas, sabes que no tienes por qué tolerarlo. Que es natural que duela, pero que es sano tomar ciertas decisiones si contribuyen a tu bienestar y paz mental.

3. Ya no hay tanto drama y confusión en tu vida

Afrontas las situaciones con mayor seguridad en ti misma. Si algo no te gusta o te está haciendo daño, lo expresas para tratar de solucionarlo. En cambio, si la respuesta no es reparadora, sino indiferente en la práctica, eres capaz de tomar decisiones de amor propio y autocuidado sin culpar a otras personas ni sentirte culpable tú.

Cuando alguien te hace sentir mal, escuchas y respetas tus emociones. Sabes que no está mal sentirse mal y que el problema no es ese malestar, sino lo que está causándolo. Por ello, te centras en los hechos objetivos, en lo que realmente quieres o no deseas en tu vida, y actúas en consecuencia. Ejerces tu libertad de irte, quedarte o distanciarte con la conciencia tranquila de que estás en tu derecho para hacerlo.

Si sucede al revés y alguien te expresa que le has herido con algo que has hecho, asumes la responsabilidad y las consecuencias de tus actos. A veces tendrás la oportunidad de reparar el daño y otras no será posible, en cuyo caso lo aceptas, con todas las emociones que conlleva, y sigues adelante. Abrazas tus sentimientos, incluso el dolor, sabiendo que te dan información relevante de lo que ocurre para que, conscientemente, puedas tomar las mejores decisiones para tu bienestar social y emocional.

Realmente, lo que dices, haces y piensas está en armonía con tus valores y prioridades. No hay contradicción interna o externa, sino honestidad y autenticidad. Entonces, ya no hay confusión y, si la hay, sales de ella más rápido. Habrá situaciones dolorosas y dramáticas, pero con la conciencia tranquila las tormentas pasan más rápido y con red de apoyo.

No le debes nada a nadie, del mismo modo que nadie te debe nada a ti. Lo sabes, entiendes y asumes. Por ello te sientes libre y aceptas la libertad de las demás personas y, en consecuencia, eres capaz de respetarlas al mismo tiempo que te respetas a ti misma.

4. A veces te sientes incomprendida pero sigues adelante

Cuando pones límites, algunas personas se enfadan y vuelcan sus frustraciones sobre ti. Tratan de someterte a su voluntad y en el proceso te hacen creer que eres tú quien se está equivocando. Sucede especialmente en relaciones que han sido, o pretenden ser, abusivas o tóxicas. En cambio, sabes que la realidad no es como te quieren hacer creer.

Es natural que te sientas triste cuando alguien no hace el esfuerzo de ponerse en tu lugar para comprender y respetar tus decisiones. Del mismo modo, estás en tu derecho de no esperar a que alguien decida hacer ese esfuerzo para tomar esas decisiones. Asumes que esa persona no tiene la obligación de amoldarse a tus expectativas ni tú tienes por qué amoldarte a las suyas.

Por tanto, tienes la conciencia tranquila porque, al ser honesta contigo, puedes serlo con las personas que te rodean. Si hay algo que reparar, lo expresas, y sabes que la responsabilidad de una relación no es solo tuya, ni suya. Sabes que no tienes por qué quedarte donde no hay reciprocidad, cariño y voluntad.

Es posible que te sientas sola al principio de estos cambios, pero también significará que estás preparada para conocer a nuevas personas. Incluso para retomar relaciones que sí son sanas, respetuosas y amables. Te estarás permitiendo crecer en todos los ámbitos de tu vida, precisamente por cuidarte y liberarte de la presión de cumplir un estándar interno o externo.

5. No tienes la necesidad de justificarte

Comprendes que no necesitas justificarte o dar mil explicaciones. Reconoces que si no hay agresión no estás haciendo nada malo. Irte de una relación, explicando por qué te vas, no es una agresión. Marcharte tras un ataque personal o un reproche recurrente, sin más, tampoco es violencia. Tomar otras decisiones, como salir con alguien o preferir quedarte en casa, tampoco es una agresión. Es tu derecho al autocuidado.

Eres consciente, al mismo tiempo, de que tus acciones, palabras y decisiones, las que tienen que ver con relaciones personales, impactan en la otra persona. Una señal de estar superando tus heridas de infancia es que eres consciente de esta realidad y actúas en consecuencia: con respeto hacia ti y con respeto hacia la otra persona.

Por ello, expresas de forma más frecuente, con serenidad y educación, libre de juicios o reproches, aquello que te incomoda. Así, cuando ves que hay un problema o alguna cuestión, con alguien cotidiano, importante o a quien aprecias, lo dices. Al hacerlo desde la calma y la educación, estás mostrando que quieres solucionarlo y dando la oportunidad para ello.

También expresas con amabilidad las decisiones personales que afectan a otras personas. Eso sí, teniendo en cuenta que nada hay de malo en ejercer tu libertad para elegir dónde, cómo y con quién quieres invertir tu tiempo. Eres consciente de esta realidad y por ello te sientes más tranquila.

Has aprendido que no necesitas guerras internas ni externas, que nadie tiene por qué incluirte en una sin tu permiso. Sabes elegir las batallas que quieres librar y las que no, por lo que no te involucras en aquellas que no van a aportarte nada. Lo que dices, haces, piensas y sientes está en armonía. Tú estás en paz contigo misma y con el mundo.

Entiendes que no tienes por qué responder a ataques personales o juicios de valor. Es su tormenta, no la tuya y no tienes por qué tolerarla. Tú decides, desde la libertad, si defenderte, ignorarlo o cortar lazos con esa persona. Y sabes que, decidas lo que decidas, está bien porque no mereces ser tratada con faltas de respeto.

 En general, te mantienes serena y con la conciencia tranquila. Te sientes libre y en tu derecho de estar o no estar, responder o no responder, teniendo en cuenta que todas las personas, incluida tú, merecen ser respetadas. 

María de Oriéntate con María relajada, contenta y apoyando la cabeza sobre la mano

¿Cómo estás?

Soy María

Doctora en psicología y pedagoga terapeuta (col. nº1433 en COPYPCV) especializada en gestión emocional y procesos de superación personal. Compagino mi consulta online con la investigación científica en emociones, ansiedad, bullying y sus secuelas.

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