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Cuida tus emociones, cuida de ti

5 señales de que necesitas priorizarte

Una chica apoyada en una ventana, con rostro cansado y agotado.

¿Sueles poner a otras personas por delante de ti? ¿Su comodidad, prioridad o necesidad por delante de las tuyas? Si es así, es posible que estés cayendo en la complacencia, en ese darte por entero a otras personas olvidándote de ti misma.

Cuando caemos en este patrón de comportamiento, suele venir de largo. Incluso podemos llegar a asumir que forma parte de nuestra personalidad. Sin embargo, lo cierto es que simplemente está sucediendo dos cosas principales: estamos transgrediendo nuestros propios límites saludables y estamos invalidando nuestra valía personal.

Es posible que tu autoestima esté algo bajita y que sientas que no eres suficiente. Puede que tengas interiorizado que has de demostrar que mereces el lugar que ocupas, ya sea en tu vida o en la de otras personas, en la familia o en el trabajo. Y en ese afán por demostrarlo has ido olvidándote de ti misma.

La consecuencia suele ser un sentimiento de soledad o vacío, incomprensión, que acallamos atendiendo las necesidades de otras personas. Vamos huyendo de nuestro propio mundo interior para no escuchar lo que nos está diciendo: que nos necesita.

A continuación comparto contigo los 5 comportamientos clave que te ayudarán a saber si estás cayendo en la complacencia:

1. Dices que sí por inercia

Cuando alguien te pide un favor, te propone un plan de ocio o te signa una responsabilidad, ya sea familiar o laboral, dices que sí por inercia. No te cuestionas, antes, si realmente quieres decir “sí”, “no”, “no lo sé” o “voy a pensarlo”. Asumes, inconscientemente, que tu voz, tu opinión, no importa frente a la de otras personas.

A veces esto se da porque nos ayuda a sentirnos útiles y validadas. En cambio, también nos desgasta y nos hace sentir, a la larga, sobrepasadas. Necesitamos escucharnos y atendernos con el mismo cuidado que ofrecemos a quienes nos rodean. Está bien descansar, y está bien no poder con todo o no querer aceptarlo todo.

2. Callas para evitar conflictos

La incomodidad de la confrontación es doble. Te preocupa molestar a otra persona, tal vez por miedo a que se enfade, se vaya o cambie su opinión sobre ti. Es posible que te convenzas de que no es tan importante lo ocurrido como para hablar de ello, que para qué centrarse en un conflicto pudiendo seguir “normal”. Quizá piensas que el problema eres tú, por darle demasiadas vueltas… Pero no.

No nos damos en cuenta, en esos momentos, de que estamos normalizando el silencio, la invalidación y probablemente el dominio del miedo frente al autocuidado. Cuando una relación es sana, los conflictos refuerzan la relación al permitir que ambas partes puedan aprender la una de la otra. Evitarlos solo genera malestar, especialmente en la persona que más se entrega en la relación.

3. Asumes cargas que no te corresponden

Te sientes responsable de los sentimientos y las circunstancias de otras personas. En consecuencia, te sacrificas por rescatarlas de sus problemas aunque no hayas tenido nada que ver. Sacrificas tu tiempo libre, bienestar o incluso salud mental porque, sin darte cuenta, le das menos valor que al deber moral de ayudar. Te olvidas de que a veces tú también te necesitas.

A veces caemos en este comportamiento porque nos ayuda a sentirnos útiles, suficientes, válidas. En cambio, la realidad es que ese sentimiento pasa pronto. De fondo, nos acompaña todo lo contrario: sentimiento de vacío, soledad e incomprensión; necesidad de un cariño que tal vez no recibimos porque no estamos buscando en el lugar adecuado.

4. Te preocupas mucho por si molestas

Cuando cruzamos el límite entre el cuidado y la complacencia, es fácil preocuparse en exceso por si molestamos, ofendemos o decepcionamos a otras personas. Nos medimos constantemente por cómo reaccionan otras personas a nuestras palabras y comportamientos. Es agotador evaluarse tanto, pero lo hacemos, y no contentas con ello, nos juzgamos también.

Si piensas que has cometido un error, te castigas mentalmente hasta el agotamiento. El reproche interno no se calla y tu cabeza se convierte en una especie de centrifugadora que no se para. Te olvidas de que, si una relación se rompe por algo tan pequeño, quizá la relación no está siendo tan recíproca como sería lo saludable.

5. Buscas validación externa

La sensación es más bien de necesidad. Sientes ansiedad si otras personas no validan, reconocen o refuerzan positivamente lo que haces. Necesitas hacer las cosas bien y saber, por otras personas, que así es para sentir que eres una persona válida. Si no, aparecen pensamientos y sentimientos de fracaso.

Probablemente le des más importancia a ese “hacer cosas sin parar”, ser productiva, sentirte útil. O te sientas más hundida y postergues lo que quieres hacer por miedo a no hacerlo bien. Al final, se trata de una huida del propio mundo interior.

Alimentas sin darte cuenta una autoestima basada en la mirada externa. Una mirada alejada de la realidad, que es la siguiente: no necesitas demostrar nada, ya eres una persona válida, digna y valiosa simplemente porque eres.

¿Y cómo empiezo a dejar de complacer?

Está muy bien reconocer que estamos cayendo en la complacencia, pero, ¿cómo empezar a cambiarlo? Aquí van algunos consejos generales pero prácticos que espero que te ayuden:

Si alguna palabra o comportamiento ajeno te hiere, exprésalo. No lo excuses, justifiques y te calles. Si lo expresas, estás respetando tu voz y, al mismo tiempo, permitiendo que la otra persona pueda comprenderte y hacer algo al respecto.

Evita rescatar a otras personas de sus problemas. Todas nuestras decisiones y comportamientos tienen consecuencias y hemos de saber asumir las responsabilidades de las mismas. Las personas que te rodean, las que aprecias, también. Acompáñalas, apóyalas, pero no asumas su responsabilidad.

Establece límites saludables, date el lugar en tu vida que mereces. No ignores aquello que te molesta, ofende o hiere de tus seres queridos. Evita consentir, tolerar o someterte a comportamientos que te hacen daño. No los mereces y puedes poner distancia si es lo más justo o sano para ti.

Si hay un problema, habla de ello. No se trata de lamentarse o crear un malestar mayor, sino de buscar desahogo, comprensión y una solución. Eso es apoyar, crecer y sanar. Lo contrario implica reprimirse y estancarse. Y si a alguien le incomoda que expresas tu malestar, ten presente que el problema no es la expresión de tu malestar precisamente.

El autocuidado puede ser incómodo

La incomodidad forma parte de la vida, del desarrollo personal y de una sana salud mental. Acepta y permite que la incomodidad aparezca cuando toca, que te acompañe y aconseje también cuando sea el momento. Evita proteger a otras personas de dicha experiencia, y más aún si por ello te dejas a un lado a ti misma. La incomodidad es necesaria, natural e inevitable.

Cuidate. Antes de lanzarte en picado a ayudar a otras personas o cargarte con más responsabilidades, pregúntate qué es lo más sano para ti. Es el mejor modo de empezar a practicar el autocuidado.

Preguntas exploratorias

¿Te identificas con alguno de los comportamientos complacientes?

¿Vas a poner en práctica algún comportamiento alternativo de los propuestos?

Te invito a compartir las respuestas en los comentarios.

Recuerda que podemos recorrer el camino juntas, en compañía.

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María de Oriéntate con María relajada, contenta y apoyando la cabeza sobre la mano

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Soy María

Doctora en psicología y pedagoga terapeuta (col. nº1433 en COPYPCV) especializada en gestión emocional y procesos de superación personal. Compagino mi consulta online con la investigación científica en emociones, ansiedad, bullying y sus secuelas.

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